¿Cómo explicar algo tan diverso, tan heterogéneo, tan desigual en el tiempo, tan… muchas cosas más?
Cuando era niño me encantaba ver y oír la lluvia caer escuchando de fondo esas películas en blanco y negro. Además, me encantaba hacerlo escuchándolas muy de fondo, disfrutando del sonido a la misma vez que cualquier movimiento de mi cuerpo producía en la ropa. Me reconfortaba saber que mi madre andaba por la casa atareada o trabajando tan bien como lo ha hecho siempre en nuestro negocio, o quizá sentada viendo la tele con mi padre; mi padre, que me hacía que todos los días, cuando regresaba del trabajo, le desabrochara los cordones y le quitara las botas –yo renegaba, pero al final acababa haciéndolo porque en el fondo me gustaba-, estaría echado en el sofá viendo esas películas en blanco y negro que yo escucharía en la lejanía; me flipaba por aquel entonces viendo una vez tras otra LA HISTORIA INTERMINABLE, EL MAGO DE OZ o LOS GOONIES.
Ahora mismo me siento al describir esto como cuando pasas por una panadería y, sin tener hambre, te dan ganas de comer por el simple olor que desprende ese lugar –esto es un guiño a mi último director de teatro, Antonio Alfonso. Tuvimos que trabajar en la obra que estrenamos el mes pasado este ejercicio, un ejercicio que me ha ayudado a poder expresar esto ahora, porque me he sentido así sin quererlo-. ¡Ay!, ¿qué sería de mi vida sin olores?
Siempre que echo una mirada atrás, que hago una valoración, ya sea breve o extensa de mi vida, me es imposible no discernirla en dos. Es decir, a los trece años se produce la muerte de mi padre por culpa de un señor llamado Cáncer que tengo oído que es muy odiado por la gente. Un hecho que cambió mi manera de ver la vida, me obligó a vivir una vida que no elegí, llena o vacía de otras cosas que acabaron encaminándome o desencaminándome, como creo que algunos piensan.
Mis circunstancias cambiaron y, por lo tanto, se produjo un cambio en mi tipo de cine, un tipo de cine que no escapó aún así a esa etapa de adolescente con hormonas bailando y neuronas temerarias. Por así decirlo, la época del pavo, de las pajillas, de la experimentación, de los granos asesinos, de la regla que le viene a esa chavala por primera vez en mitad de la clase de matemáticas, etc. Fue una época repleta de películas como SCREAM, SÉ LO QUE HICÍSTEIS EL ÚLTIMO VERANO, y las típicas películas “americanas” –que, por cierto, me hace mucha gracia y a la misma vez me da impotencia en mi lucha absurda contra el mundo, escuchar el término americana/o para referirnos a todo aquello que proviene de EE.UU., como si el resto del continente no existiese, cuando precisamente, estaba allí mucho antes de que se constituyeran los EE.UU.- , carentes de arte y buen gusto alguno, en mi opinión.
Recuerdo ese verano sudado en el que me dispuse a ver LOS PUENTES DE MADISON. Recuerdo haber pensado: ¡Madre mía! Esto tiene que ser un tostón. Bueno, pues me dispuse a verla porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Al principio, sólo podía concentrarme en mi piel pegándose en aquel sofá de sky, pero, de repente, me vi sumergido en los campos de la película, en la historia de esa ama de casa y ese fotógrafo, en el dilema de ella, un dilema que se agrava y te tiene en ascuas con la escena del coche.
Nunca olvidaré la primera vez que vi KILL BILL, o MOULIN ROUGE sentado en esas sillas del cine de verano de mi pueblo en las que te pica el culo. Recuerdo ahora mismo con una carcajada cuando en ese mismo cine vi LA VIDA ES BELLA, con la consecuente barraquera que me pegué de camino a casa.
En el recuerdo quedarán Fuyu, el hombre hojalata, King Kong, la máscara del asesino de HALLOWEEN.
En mi atemporal memoria quedarán momentos como el de Björk en BAILANDO EN LA OSCURIDAD, ese momento en el que deja de cantar bruscamente; el disparo de CRASH en el césped de esa casa; Josephine y Geraldine en CON FALDAS Y A LO LOCO; Carmen Maura en general, como cuando golpea a su marido con la pata de jamón en ¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?; el momento en que Ed Harris expone su más argumentado discurso en LAS HORAS, deja de hablar y todo en él se vuelve inerte hacia otro estado; el momento en que a Sean Penn lo separan de su hija en YO SOY SAM; Charlize Theron en MONSTER; las conversaciones de Candela Peña con Micaela Nerváez en PRINCESAS, sus miradas, sus gestos; el momento de “hago palanca con la punta del pijo” en AMANECE, QUE NO ES POCO; el cine español en general; Victoria Abril en NADIE HABLARÁ DE NOSOTRAS CUANDO HAYAMOS MUERTO; el momento de Sara Polley pisando el césped mojado, bajo la lluvia en MI VIDA SIN MI; Javier Cámara en LA MALA EDUCACIÓN; Cate Blanchet en ELIZABETH (las dos partes); Marlon Brando en EL PADRINO; Stephen Dillane en LAS HORAS; todos los actores de LAS HORAS; la escena de la furgoneta con el abuelo diciéndole al nieto que se folle a toda la que pille en PEQUEÑA MISS SUNSHINE; el momento de “clavada de agujorro en el pecho” a Uma Thurman en PULP FICTION; Audrey Tatou en AMÉLIE; Miranda Richardson en SPIDER; Rachel Weisz en EL JARDINERO FIEL; Leonardo Di Caprio en VIDAS AL LÍMITE; Anthony Hopkins en EL SILENCIO DE LOS CORDEROS; Hilary Swank, Clint Eastwood y Morgan Freeman en MILLION DOLLAR BABY; Johny Depp en EDUARDO MANOSTIJERAS; Meryl Strreep en general; Jack Nicholson en general; Kevin Spacey en general; todos los actores de todas las pelis que me han gustado y que no sé sus nombres; el cine asiático que he visto y que no me acuerdo de sus títulos porque lo veía en ciclos de cineclub universitario; en fin, podría seguir mucho rato, pero no es cuestión de aburriros.
No creo que haga falta que diga lo que siento por el mundo mágico de la actuación. Se me hincha el pecho, respiro hasta mejor, me fijo en cada detalle, en cada golpe de música, en cada carcajada, en cada llanto, en cada momento tenso, en la tensión sexual de un escena, en los personajes desilusionados, en aquellos que encuentran su sitio, en los que no lo encuentran nunca pero tampoco les importa no encontrarlo, en los ilusionados, en la iluminación, los planos, los encuadres, los fallos de raccord, los lugares...