Necesito llorar mi pasado, pegarle una patada, utilizarlo como si de una puta rastrera se tratase.
Recientemente he sido consciente bajo confesiones directas de que mi vida ha sido manipulada (no pretendo que a nadie le importe), un puto teatro de marionetas en el que han decidido cosas por mí que a mí me tocaba elegir. Y estoy descargando toda mi rabia escribiendo en el papel como si quisiera rajarlo -entre mosquitos que me están comiendo en mitad de una noche de verano-, un papel que no ha hecho mal a nadie, un papel que, al igual que yo, no eligió ser papel, sino que quiso seguir siendo el árbol que no lo dejaron ser.
Quiero rajarme la piel en un grito desesperado, arrancarme el pelo con las manos, matar a alguien. Pero… ¿tengo derecho? NO, por supuesto que no tengo derecho, porque mi ahora no tiene la culpa de mi antes. Y mi ahora llora lágrimas de sangre cuajada, podrida por todos los años de antigüedad que atesora, y amenaza con hacerme muchísimo daño.
Mi infancia es un recuerdo borroso, más agrio que dulce, con lagunas increíbles. Me siento más frágil que nunca, me hace daño cada recuerdo.
Siento que mi vida no va a ninguna parte. Y voy vestido con un traje de nostalgia de lo que nunca me ha pasado, dando tumbos por ahí y con el maquillaje corrido de después de una actuación que a nadie le importó.
Cuando me desnudo, todo el mundo sale corriendo y me siento desarropado. Después me vuelvo a poner el traje, pero ya está roto y sucio y a través de las roturas se deja ver una piel fustigada por armas inmateriales. Es entonces cuando mi cuerpo inerte se sienta en cualquier esquina esperando a que pase un puto día más. Y no hago nada, y me siento el doble de mal por no hacerlo; a través de la ventana veo la lluvia, pero el teléfono no suena e internet ya no funciona. Tampoco hay luz, así que no puedo escuchar música para terminar de deprimirme en condiciones. La cena está servida para mis amigos, pero un día más no vienen (me lo olía) porque saben que les voy a hablar de mis problemas. Así que un día más me voy a la cama sin ducharme, con la misma mierda y la manta rota, tardando en dormirme porque pienso en nada, y esa nada es todo, y ese todo me come el estómago.
Y NADIE ME ESCUCHA. Al final mis ojos se cierran, tumbado en cualquier posición. A la luz de una farola se observa mi cama con la manta arrugada, el pie izquierdo asomando con el calcetín medio quitado y el brazo derecho detrás de la cabeza despeinada.
Un nuevo día llama a mi ventana forzando el cristal con una luz amarilla que encandila mis ojos. Curiosamente recibo una buena noticia. Estoy que me salgo. Lo publico en facebook y, al salir de la ducha tengo llamadas perdidas en el móvil y treinta y cinco notificaciones en facebook. Después de un rato mis amigos se presentan inesperadamente con una sonrisa a comerse la cena del día anterior.