En la imagen: Yo, dando un abrazo a una señora que pasaba por ahí; disfrutad de la música mientras leéis.
Abrazos gratuitos, abbracci gratuiti, free hugs…
21 de noviembre de 2009, un día en el que volví a regalar parte de mí.
Bienvenidos a Altamura (Bari), la ciudad del pan, sede también de “4: miss you rope”, proyecto europeo por la interculturalidad y la inmigración. Egita (Letonia), Vasi (Rumanía) y Daniel, o sea, yo (España), y la demás gente de la asociación LINK nos trasladamos a Matera (Potenza) para realizar la siguiente actividad: dar abrazos gratuitos a la gente en la calle.
Recuerdo haber cogido, nervioso al principio, uno de los carteles que yo había hecho por mi mismo. Recuerdo haber pensado al inicio: “Dani, te pueden pegar una paliza, insultarte, escupirte, etc., por esto que vas a hacer”; pero estos pensamientos no llegaron ni al medio minuto, porque justo después pensé: “esto es algo en lo que creo, así que lo voy a hacer y no me importan las consecuencias”.
Bueno, algo que me dejó asombrado fue que hubo que pedir un permiso al ayuntamiento para poder dar abrazos gratis. Es algo tan ridículo…
Pero allí estábamos, en mitad de aquella plaza de Matera (un pueblo precioso) dispuestos a dar todo el cariño que llevábamos dentro, y sin pedir nada material a cambio sino un solo abrazo de vuelta.
10:30 de la mañana de un sábado con poca gente en la calle. Pero cualquier hora es buena para dar un abrazo. Allí estaba yo, con un corazón abierto en dos, un corazón que se extendía hasta la punta de mis dos dedos corazón. Todo en mí era de color rojo, todo en mí era una puerta para todo aquel que quisiese entrar de manera voluntaria.
¡Y llegaron los abrazos! Abrazos con color, sin él, abrazos tímidos, abrazos rotos, abrazos de restauración, abrazos de madre, abrazos de abuelo enigmático, desabrazos, abrazos comprometidos acompañados de la palabra “bello” y una sonrisa, abrazos con la espalda, abrazos experimentales…
Fue todo tan reconfortante a pesar de la gente que nos rechazó con comentarios como: “Non sono gay” (no soy gay), “l’influenza…” (la gripe), “solo abbraccio le donne” (sólo abrazo a mujeres); “non ho soldi” (no tengo dinero), “sto sposata” (estoy casada), etc.
Es entonces cuando te das cuenta de la cantidad de gente que tiene miedo a sentir; de los que no saben sentir porque la vida no los ha enseñado; de aquellos que no conocen el amor porque los han educado mayormente para competir y para ganar; ves a gente que tiene un puzle en la mano llamado amor pero no sabe cómo armarlo, otra en cambio te pide que la ayudes a armarlo; otras personas que tienen el mismo puzzle pero no tienen paciencia para armarlo; e incluso otra que se empeña en encajar las piezas equivocadas; a otros, sin embargo, les notas una actitud tan crecida que te dan la sensación de que ellos mismos creen que están tan llenos que no necesitan el abrazo de una persona que está en la calle con un cartón pintado; etc.
Me quedo con abrazos como el de la señora mayor que se iba a comer el mundo según venía hacia mí y hasta me besó cuando sólo le había pedido un abrazo; el del niño que iba con sus papis; el del abuelo que me abrazó de una manera muy graciosa, en plan: “venga hijo mío, yo te doy un abrazo”; pero entre tanto abrazo, llegó mi favorito, con el cual hice el amor. Fue el abrazo de un hombre de unos veintitantos.
EL ABRAZO:
Al fondo vi unos ojos más grandes que toda la plaza de Matera, pero no eran grandes por bonitos ni por tamaño, sino porque tenían algo que decir, buscaban amor a toda costa. Según me acercaba, iba siendo consciente de un cuerpo congelado, el suyo, movido por la inercia de la cotidianeidad y de una esperanza remota acerca de algo.
Efectivamente, eran unos ojos preciosos que lideraban un cuerpo que parecía manifestar carencias. De acuerdo, voy al grano, y quizá me equivoco, pero este chico tenía toda la apariencia de alguien que vive para la droga, y no hablo de drogadicto ni de yonki porque esas palabras me quedan grandes, pero creo que me habéis entendido.
Me acerqué a él y le dije mirándolo a esos ojos que no puedo olvidar ni quiero: “mi dai un abbraccio?, È gratis”. De repente se quedó desconcertado, pero al instante una sonrisa tímida se plasmó en su cara y sus brazos se abrieron para recibir mi cuerpo y darme el mejor abrazo que me podían haber dado, el más sincero. Fue un abrazo lleno de miles de colores, sin miedo a la cercanía, un abrazo que lo entregaba todo, sin prejuicios ni juicios, rebosante de amor. Sentí su cuerpo contra el mío, y a diferencia del resto de abrazos que sólo conectaban de cabeza a pecho, el suyo conectaba de cabeza a pies, y me decía, me pedía que no me apartara, me pedía ayuda sin palabras, me decía que lo amase sin preocuparme hasta donde.
Justo después de que nuestros cuerpos se separaran, me dijo: “Mi dispiace, non ho soldi” (Perdona, no tengo dinero), y me llenó tantísimo este comentario que hasta creí comprender su esencia y sentí que ese cuerpo había sido abrazado muy pocas veces, y que mi abrazo le había parecido demasiado bonito como para ser verdad. Después me dijo: “Grazie”, y se fue como extrañado y maravillado a la misma vez.
Fue increíble sentir cómo un abrazo no entiende de sexo, raza, edad, origen o ideología, sino que todos necesitamos amor pero, sin embargo, nos empeñamos en poner barreras entre nosotros.