Fdo: Daniel Merino Rodríguez
Los que me conocen saben el por qué de este título para mi entrada. Y es que es verdad, nunca sé nada, nada que no tenga esencia en sí. Siempre olvido los nombres de las cosas, o cuando cuento algo a alguien me olvido de muchos detalles o lo cuento fatal cronológicamente hablando. Sé que es un defecto grande el que tengo porque a veces puedo crear malentendidos, pero es que siempre me quedo con la esencia de las cosas, o con lo que creo que es la esencia, y eso es algo muy importante, porque cuando algo te llena de verdad, no importa el nombre que tenga, dónde esté o de qué color o textura esté compuesto. Te llena y punto, se incrusta en ti a través de cada poro de tu piel y acaba formando parte de tu experiencia personal e inolvidable para siempre, condiciona tus juicios creando o destruyendo nuevos prejuicios.
No sé… si te han atracado, por ejemplo, tu cuerpo se convierte en una alarma involuntaria, si nunca te han abrazado, tu cuerpo siente que alguien se acerca, se te pone la piel de gallina, cierras los ojos e imaginas ese abrazo, un abrazo tan grande que hasta el aire se corta. Después abres los ojos y hay un huracán que te arranca los pies del suelo; es tan increíble nuestro cuerpo (¿alma?), cómo un simple olor nos transporta años atrás, a experiencias pasadas, y soñamos despiertos entonces, y nos alegramos porque ya no tenemos ese desagradable olor, o lloramos sin lágrimas, que es peor que llorar con ellas (al menos tienes compañía) porque ese olor no lo podemos recuperar.
No sé, mi cuerpo se estremece a veces cuando ve a un viejecito andando por la calle, intentando decirle a su cuerpo arrugado y oxidado que le acompañe, que por favor no se quede atrás. También mi cuerpo se estremece cuando recibe un abrazo que no esperaba.
No sé… odio las conversaciones del tipo: ¡Qué calor hace! ¡Han dicho que va a llover! Bueno, odiar no es la palabra, ya que, como dijo Bertolt Brecht: sólo los que no aman odian; sin embargo, me encanta cuando me encuentro con Manoli y en vez de decirnos: hola, ¿cómo vas?, o ¿cómo estás?, o ¡qué calor hace!, nos decimos: esto era uno que iba por la calle y se encuentra con otro…
No sé… también me encantan esos días en los que estás cabreado o triste y te encuentras a un niño por la calle y te dice cualquier chorrada y te imprime una sonrisa en la cara que no se va en un rato.
No sé por aquí, no sé por allá… no me gustan las muletillas. Es como esa que tú y yo tanto odiamos, LEO: ¿sabes?, ¿sabes?, ¿sabes? (jajaja) Pues no sé colega… ¡vete a chupar escaleras!, ¿o es que te crees que todo el mundo sabe de lo que hablas? (¿te acuerdas Leo, de nuestras conversaciones en el salón, tirados por el suelo o los sofás de cualquier manera, sin sueños ni aspiraciones nada más que los de quitar la grasa de una cocina y dormir para estar frescos para ir el día siguiente a clase o a trabajar directamente?)
‘No sé’ es la muletilla que me define, porque en realidad no soy nadie para saber nada más que lo que condiciona mi existencia y bueno, siempre intento ser empático, y aunque no lo consiga, siempre digo que por el hecho de que a mí no me pase algo o yo no lo sienta, no quiere decir que no exista… no sé.