ADVERTENCIA: “esta es una entrada larga, en caso de duda consulte a su farmacéutico; en serio, es una entrada larga. No os pido que critiquéis la extensión. Lo que escribo lo escribo sobre todo para mí. Así que si no os interesa, pues no hace falta que la leáis”.
Mi piel quiere dejar de ser piel, olvidarse de estrógenos y testosterona, células muertas, dejar de sentir esos dos besos de cortesía, quiere ser invisible, hacerse reversible, envenenar a todo aquel que quiera dañarla.
Mi cuerpo quiere dejar de ser cuerpo, convertirse en algún ser mágico, alejado de lo vanidoso, de lo ordinario, quiere salir a la calle desnudo sin que lo miren, pasar desapercibido aunque vaya de rosa fucsia, ser todo y nada, correr, andar, expresar, sentir un aliento en la nuca acompañado de una mano que se extiende desde mi espalda hasta mi vientre, quiere desprenderse de la piel, esparcir sus cachos por el firmamento al igual que el resultado de una bala que entra por la boca y sale acompañada de los sesos, con la misma fuerza, para estar en todos sitios. Mi cuerpo quiere dejar de sentir comentarios estúpidos.
Es curiosa la inanición, cómo saca de nosotros lo más animal, lo puro, la creatividad, el espíritu crítico, lo sarcástico, lo irónico, lo perverso, lo necesario, lo prioritario.
Intento huir de lo vanidoso, de lo cotidiano, de lo monótono. Me hace sentir inútil, sin fuerzas. Tengo una fuente de energía dentro de mí increíble, tanto, que a veces me da un espasmo eléctrico y los que están a mi alrededor preguntan: ¿qué ha sido eso? Pues bien, estas cosas derriban mi energía con un mínimo soplo, alejando mi integridad, mis ganas de ser, de estar, convirtiéndose todo en un estado de inanición mental, consumiendo cada ápice de mi cerebro, friendo mis sesos, matando mis alicientes. Así mis párpados se caen y mi boca se abre, mis oídos se vuelven sordos o asienten a cada palabra que oyen. Todo se vuelven espasmos de soledad, y mi burbuja transparente de cristal se desprotege, y me convierto entonces en una suculenta presa para esos que llevan gafas de sol, esos vampiros energéticos que me chupan toda la energía. Y después sólo queda mi alter ego, mi parte anulada.
Hoy les muestro la parte frontal de mi largo dedo corazón a todos aquellos que intentaron que convirtiese mi vida en una profecía autocumplida que tanto ansiaban. Hoy inspiro profundo expirando aliviadamente todo lo pasado.
Hoy muestro mi cara trasera, la misma por la cual deshecho todo lo que mi cuerpo no necesita a todos aquellos que no sólo no creyeron en mí sino que intentaron echar abajo a ese yo que representa sus propias y más profundas frustraciones, las mismas que algunos de ellos siguen vertiendo en sus propios hijos.
Hoy escuché una canción que decía: “Las personas son como las polillas, buscan la luz para acabar girando alrededor de una bombilla”; siempre he buscado la luz, pero nunca me he quedado girando alrededor de la bombilla.
Hoy doy las gracias desde esta entrada a todos aquellos que me han hecho sentir la inanición mental, aún con el hedor, aún con su aura. Sí, les doy las gracias porque involuntariamente me han hecho pasar a otro estado, a un universo en que lo cotidiano sólo es una opción, un mundo en el que yo elijo mi propia realidad.
Y aquí me encuentro, en una habitación a oscuras escuchando la banda sonora de mi vida- “Morning Passages”, de Philip Glass; fragmentos de películas que me acompañarán a la tumba; el recuerdo de aquellos que llenan o han llenado cada parte de mi memoria-.
Aquí, entre un montón de platos sucios y un frío tremendo que cala todo mi cuerpo y amenaza con congelarlo. Pues bien, lo congelará todo excepto mi alma que, más viva que nunca, no deja que la diseccionen y le den dosis de conformismo o de ese glamour de la vida que tanto predomina hoy en día. Mi alma es atemporal, vive en el último piso de la última vivienda de la última ciudad de la última montaña más alta dónde sólo hay oxígeno para aquellos que mi ecosistema les permite llegar, un ecosistema que decide quién es alérgico y quién no, quien tiene que morir, quién tiene que vivir, el que tiene que quedarse en el olvido o el que se merece vivir en ella. Mi alma alquila, vende y regala, pero no se alquila ni se vende, ni tampoco se regala. Mi alma tiene vida propia y ha decidido ser invisible para que nadie pueda tocarla, verla o robarla; si algún día tengo una hija, quiero que se llame Alma, porque lejos de que el nombre sea bonito o feo, es lo único que tengo: mi alma.
Siento que vivo, sujetadme para que cuando me soltéis el impulso sea tan grande que de mi espalda broten unas alas hermosas, exhalando un intenso olor a humanidad; siento que mi piel transpira ahora mismo, que un calor va y otro viene. Siento que mi cuerpo es más inteligente que mi cerebro anulado a veces, que soy útil, que tengo algo que aportar.
No me importa morir mañana, en el 2035 o dentro de 150 años, pero sí quiero dejar de existir el día que deje de sentir.
Desde aquí, desde Campobasso, en algún lugar perdido de Italia, lo máximo que doy a aquellos que me han subestimado es mi espalda, pero doy mi alma a todos aquellos que saben ver más allá de mi piel o ese lunar del cuello -estoy tocando ahora mismo las teclas lentamente, escuchando una melodía de piano, y mis dedos sienten el tacto y mis ojos se cierran queriendo morir en un aullido de placer que se ahoga hacia dentro, no puede salir, pero mi piel lo expulsa creando en este instante una magia a mi alrededor que es mía y sólo mía, que nadie me puede arrebatar, porque no es material, es increíble-
“Amor de Don Perlimplín con Belisa en su Jardín”, de Federico García Lorca:
-PERLIMPLÍN. Sí... ¡las uvas!, las uvas, pero ¿y yo?... Me parece que han transcurrido cien años. Antes no podía pensar en las cosas extraordinarias que tiene el mundo... Me quedaba en las puertas... En cambio
ahora... El amor de Belisa me ha dado un tesoro precioso que yo ignoraba... ¿Ves? Ahora cierro los ojos
y... veo lo que quiero... por ejemplo... a mi madre cuando la visitaron las hadas de los contornos... ¡Oh!...¿tú sabes cómo son las hadas?... pequeñitas... ¡es admirable! ¡pueden bailar sobre mi dedo meñique!
“THE HOURS” (LAS HORAS), una película dirigida por Stephen Daldry –Richard, un personaje representado magníficamente por Ed Harris argumenta lo siguiente:
No quiero afrontar las horas de una fiesta vana, ni las horas de después, sino aquellas en las que mi energía fluye, se transforma y la transporto; he descubierto que en esta vida se saca provecho hasta de lo más vanidoso.
Un abrazo a todos de este eterno amante de lo absurdo y las pequeñas cosas.